“Muchos jóvenes, en su lucha por adquirir una identidad, adoptan una identidad negativa, que frecuentemente es un patrón de conducta sancionado por la familia y la sociedad (drogas, delincuencia, prostitución). Para dichos jóvenes la identificación negativa es psicológicamente preferible a una debilitante sensación de confusión de identidad que los dejaría a la deriva en el proceso de adolescencia” Erickson.
El uso de sustancias toxicas, son conductas muy frecuentes en la preadolescencia y adolescencia, buscando a través de ellas la solución a determinados conflictos. Los adolescentes tienden a evadirse o fugarse, porque no desean responder a las exigencias del medio, ya que no son capaces de aguantar las confrontaciones dentro de la familia, ni en la escuela con la firme creencia de que en otro lugar podrán actuar libre y fácilmente sin conflictos.
Hay un inicio del consumo de alcohol a los 11 o 12 años, ya empiezan en la primaria a consumirlo, siendo la puerta de entrada al uso de otras sustancias, el alcohol es la droga lícita más popular. La mayor parte de los adolescentes lo consume y esto es tan común que ni siquiera se lo considera una droga, paradójicamente al pensamiento popular, no discrimina edades ni clases sociales, aunque ciertos grupos son más vulnerables a dicho flagelo.
Entre las señales de alerta que pueden indicarnos una adicción destacan las siguientes:
- Pérdida de tiempo de estudio, con o sin malos resultados académicos.
- Deterioro o menor dedicación a las relaciones interpersonales y a otras actividades de ocio.
- Incremento de las conductas que implican agresividad.
- Sufrir ansiedad, irritabilidad, incluso malestar físico en caso de no poder utilizar el objeto de la adicción.
El imaginario social respecto del adicto es más discriminatorio que antes. No se habla del chico de clase media que consume sustancias; no se habla de lo que pasa en el colegio privado, se habla del chico marginal, de modo que no se lo instala como problemática social.
Hay, en este tema, como en otros, una victimización de la pobreza. Pero las adicciones nos afectan a todos. Muchos padres al principio se resisten a aceptar que sus hijos consumen drogas ilegales, dejándolos solos, precipitando la reincidencia.Por lo general, cuando se habla de adicciones, se piensa en un único sector social, pero los chicos de clase media están desbordados. Y si hablamos de clase media, estamos hablando de chicos que están dentro del sistema escolar, resultando necesario trabajar en la escuela para prevenir el consumo, no abandonando a los docentes en este proceso ya que no están preparados para dar respuestas por sí mismos a dicha problemática, objetivo que resultará nulo sin un programa de prevención que genere una sociedad sin consumidores. Suena entonces a utopía esa premisa de una “sociedad sin consumidores”, en una comunidad en la que los padres son los primeros en hacerse los distraídos, familia cuyos integrantes no pueden advertir a tiempo sus deformaciones, considerándose cada una a así misma, como la única normal.
Adolescente depositario de la enfermedad familiar y social, chivo expiatorio al que debemos dejar de señalar y empezar a contener asumiendo lo que nos compete. Transitar juntos por este camino sinuoso que indefectiblemente asusta y en muchas ocasiones genera vergüenza a sociedades imposibilitadas de adoptar posiciones responsables.
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